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De Hugo Chávez, un año después

6 de marzo de 2014 Deja un comentario

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Este 5 de marzo Chávez cumplió 1 año de fallecido, y como era de esperarse las páginas de noticias y las redes sociales fueron bombardeadas por documentales, fotos, homenajes, dedicatorias, maldiciones, bendiciones, detalles, crónicas y recuerdos acerca de su vida. Pensé en escribir algo original acerca de su legado, de su vida, de su historia, pero encontré tal esfuerzo inútil. Chávez murió hace nada, y todos sabemos bien qué fue lo que dejó.

Leyendo un poco más acerca de su vida encontré una frase que los chavistas usaron mucho este día: “Chávez, a un año de su siembra”. Este titular venía acompañado por una sarta de recuerdos emotivos y distorsionados por el amor que mucha gente sintió por este hombre. Mi reflexión acerca de su siembra es distinta; yo no lo amé, nunca fue mi líder, ni me sentí representado políticamente por él. Fue mi presidente; es innegable, pero yo no lo amé.

La influencia de Chávez fue inmensa; sus propuestas y planes cambiaron para bien o para mal la vida de muchas personas. Para no recurrir a parafernalias ideológicas ni a errores o aciertos bien argumentados, me referiré para comenzar al ejemplo más directo que tengo; mi casa. Gracias a Chávez el panorama de mi apartamento cambió drásticamente. A mi derecha, donde había una licorería y una casa de ricos, tengo ahora un módulo odontológico popular y más allá un módulo del conservatorio de música. Enfrente de mi ventana hay unos cuatro bloques residenciales construidos por la misión vivienda Venezuela, los cuales llevan la parodiada firma de Chávez en las paredes. A mi izquierda, donde había un terreno baldío y cercado, reside una invasión arenosa y naranja sobre la que se iza una bandera venezolana. Totalmente de frente a mi residencia pasa el monstruoso e insigne metro de Maracaibo, un coloso que aportó una alternativa de transporte a un lugar que no la necesitaba. Así fue Chávez, hacía cosas, dejaba huella. Su presencia se hacía sentir en las franelas de sus adeptos o en las gorras de sus contrarios. Sus decisiones devenían en construcciones que podías ver desde la ventana de tu casa; quedaron como evidencia de que existió, de que produjo, de que hizo, para bien o para mal.

Pero, ¿Qué sembró Chávez? Es una pregunta imposible de contestar de forma objetiva. A mí no me gusta reconocerlo, pero personalmente creo que entre muchas cosas más, Chávez sembró odio en el país. Durante 15 años llamó públicamente desgraciados a los colegas, tildó de fascistas y de apátridas a quienes no pensaban igual que él, y enemizó a aquellos que consideró sus adversarios (porque el adversario no es enemigo, y a veces ni viceversa). Ahora los opositores le trancan calles a los opositores, y que los chavistas le dicen: «Pero no hableis mal del gobierno, ¿No veis que vos sois chavista?» a otros amigos oficialistas. Tuvo discursos conciliadores, pero su fuerte estaba en los discursos ofensivos, en la sátira, en el ataque. 15 años de consignas de odio y esta es la factura que nos deja. Chávez fue un gigante, a nadie le queda duda, pero su grandeza no le exime los errores. Ofendió y dividió a más no poder, hasta el punto que integrarse era volverse chavista; ser opositor era (exacto) desintegrarse. Lo peor es que la oposición también se contaminó de eso; para la derecha venezolana, integrarse pasa necesariamente por ser opositor. Yo sé que los de la cuarta no fueron ni son ningunas hermanitas de la caridad, que hicieron pasar hambre a los venezolanos, que sus medidas neoliberales fueron inaceptables, que CAP robó hasta que quiso y que por eso fue juzgado,   que tenían el petróleo estaba por el suelo, que se rendían ante los gringos, y que (aunque creo que un poco menos) también dividieron y ofendieron. Pero lo de Chávez no tiene ni tuvo comparación. Líderes como él tienen la responsabilidad de tener el verbo más ético posible; su palabra tiene poder, sus acciones son ejemplo. Pero la ética se le iba con la paciencia, aunque algunos lo pongan en duda. Chávez fue el ejemplo, y así vamos, detrás de él, dividiendo.

¿Qué cosechamos de su siembra? A las pruebas me remito. Hoy Maduro ofende de frente y groseramente (aunque sin malas palabras) a sus detractores, y los detractores ofenden a Maduro de la misma forma. Perdimos el respeto del debate; corrijo, perdimos el debate porque no podemos sentarnos ni a debatir. Nos acostumbramos a odiarnos, y ahora no sabemos cómo solucionar los problemas porque sólo sabemos odiar al otro cuando nos toca amarlo. Sólo sabemos hablar cuando debemos escuchar. Cerramos el puño por inercia cuando el otro se acerca, cuando lo que necesita es que abramos la mano. Cada bando venezolano se siente portador de la verdad y se ofende cuando el otro bando se la cuestiona. La integración quedó siendo el nombre de un barrio, pero una imposible solución. Qué lástima. Venezuela dividida, y el que la dividió está muerto.

Pero no todo fue malo. Si bien Chávez dejó a mi parecer un desastre político y económico, prestó a los estratos sociales más bajos una atención sin precedentes en la historia venezolana. Los planes de Acude se quedaron cortos a su lado. Misiones completas de alfabetización, de alimentación, pensiones, operaciones; cosas que estos jamás se hubiesen podido costear y que ahora (aunque con muchos trámites o palancas, como decimos acá) ahora están mucho más cerca y eran una realidad. Fueron tantas las responsabilidades que asumió el estado con la clase humilde que ahora se ve desfalcado por ello (y por otras razones más). Pese a todo. Chávez reivindicó al pobre porque le habló a él; lo visitó en su barrio a pocas cuadras de su casa, lo abrazó, lo besó, le cantó, le bailó, le enseñó y le educó. Le asfaltó la calle, dejó un grafiti de él en el muro de su plaza; le dejó un costal de anécdotas para los años siguientes: “Chávez vino por aquí, yo lo vi. Contó chistes y todo. Esto estaba full, no se me olvida”. Era un presidente tan personalista como paternalista. Tuvo la empatía de un tío querido. Tuvo la sonrisa de un familiar viajero que regresa después de mucho tiempo. Chávez solucionó problemas a diestra y siniestra, sin saber o sabiendo que sus soluciones provocaban problemas paralelos. Chávez fue lo que no fueron los otros políticos; un padre, un hermano, un hombre presente. A un año de su muerte, pienso que quizá los otros políticos no fueron eso porque simplemente no hay que serlo.

Por último, Chávez nos dejó (al parecer incompleta) su ideología. Bajo el nombre del Socialismo del Siglo XXI se tomaron y se toman medidas económicas y políticas terriblemente desacertadas a largo plazo, y barnizadoras a corto, muy corto plazo. El socialismo de este país parece dirigido por comerciantes y no por empresarios (que no es la misma cosa). También engloba un argot lingüista propio de los izquierdistas. Palabras como “supremo”, “lealtad”, “fascismo”, “patria grande”, “histórico“, “eterno”,”comandante”, “compatriota”, “camarada”, “revolucionario”, “pitiyankee”, nutren los discursos de los socialistas. Desde el viejito que se va a sacar los lentes con los cubanos, pasando por el dirigente político del barrio, hasta llegar a los asambleístas, a los pesos pesados, al señor Nicolás. Todos utilizan la misma jerga porque así se sienten identificados. Bajan el volumen de la voz, van in crescendo, aumentan, y luego revientan con gritos, arrastrando aplausos por costumbre de las masas o por mérito suyo. Todos quieren sonar como Chávez para sentirse socialistas; la realidad es que no son Chávez, ni que suenen como él, ni que la consigna “Yo soy Chávez”, se grite a lo largo y a lo ancho. Son testimonio de Chávez, pero no son él. De la misma forma que yo soy testimonio de mis padres pero no soy ellos.

El socialismo del siglo XXI se convirtió en una excusa para que los opositores se unan por un lado y para que los chavistas se unan por el otro. Es un proyecto tan improvisado como planificado. Es un modelo que alberga tinos y contradicciones. Propone la distribución de la riqueza pero no la produce. Da dinero a las madres solteras pero las obliga a hacer una cola inhumana para encontrar los productos. Pensiona a los ancianos y les aumenta los precios. Es difícil de entender, y mucho más de vivir. Es, si me permiten decirlo, una fiel recreación de Hugo Chávez como mandatario. Hay un dicho dentro del fútbol que dice que los equipos se parecen a sus técnicos; parece que los países también se parecen a sus presidentes. Chávez abrazó a Cristo y ofendió a los sacerdotes. Cerró medios y abrió otros. Besó niños y se alegró con la muerte de CAP. Su moral era tan paradójica como humana. Su discurso era tan vasto como controvertible. Y así, con tropiezos maquillados de pasos firmes, gobernó hasta que como en los matrimonios, la muerte lo separó del poder.

 A exactamente un año de su partida, Maduro aparece como un pastor acostumbrado más bien a ser oveja. Es endeble para unas decisiones y demasiado tajante para otras. Se le acusa de equivocarse en su palabra y en su acción, y de no hacer frente a los problemas reales de Venezuela. Carece del tino de su antecesor. Le sobra sólo en tamaño. Un año después de sufrir la lenta agonía de la muerte de Chávez, el país amanece trancado por manifestantes opositores, mientras que los líderes guardan un silencio incómodo de cómplices. Los anaqueles están vacíos (sea por una guerra económica o por un problema de estado) y la inflación se dispara. Escasean desde las cremas dentales hasta los pasajes de avión, y los ministros se rotan como en el Baseball. Chávez no eligió bien, pero no tenía de donde elegir.

Me pregunto de nuevo, para culminar. ¿Qué sembró Chávez? Es imposible sintetizar todo lo que fue, lo que es y lo que será. Sembró y no vimos que dejó en la tierra; sólo la cosecha nos lo dirá. A los opositores les digo; hay mucho a la vista que no cito porque es lo evidente; moneda nueva, desigualdades sociales y económicas, escasez, violencia, instituciones no independientes, más de cincuenta ministerios, corrupción, devaluación del bolívar, una política internacional desastrosa, un golpe de estado, elecciones ganadas, y mucho, mucho más. A los Chavistas les digo que también dejé de citar cosas buenas, como las misiones, las asistencias sociales, las veces que dio dinero de PDVSA para salvar la vida de la gente que necesitaba operaciones o tratamientos, el aumento del las pensiones, el otorgamiento de pensiones, porque son cosas que ya se saben también. Me quedo con tres cosas que me parece que sembró y que se conjugan, aunque se nombren poco: Chávez sembró esperanza en el pueblo Chavista, sembró frustración en el pueblo opositor, sembró pasión en ambos, y se fue. A ambos bandos, parece que les germinó en odio. Ya veremos nosotros si sabemos, como dice la parábola, separar el trigo de la cizaña.

@filtrosofia

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De Bassil y derivados, dos semanas después

28 de febrero de 2014 Deja un comentario

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El día que Bassil murió escribí una entrada acerca de ello. No la publiqué en este blog por razones ajenas a mi voluntad. La compartí por facebook, sin embargo. Quince días después la releo; ahora me entristece sin conmoverme. He aquí la entrada.

He visto dos videos explícitos que muestran la muerte del joven Bassil, estudiante caído en las marchas producto de una «bala fría». En un segundo lo veo cruzando la esquina, y al otro lo veo derramarse en la acera, como el estudiante sin chaleco que era o que es. Me conmueve, me deprime, me frustra, es inevitable. Todos reaccionamos así ante la muerte de un ser humano. Mientras su mamá llora yo escribo, preguntándome si lo correcto es lo que hizo él (salir a la calle a luchar por sus derechos) o lo que estoy haciendo yo (abstenerme y dejar que otros hagan lo que sientan que deban hacer). Me interrogo más. ¿Cuánto vale el poder? ¿Una vida? ¿Dos? ¿Cien? ¿Se vale preguntarse quien es el malo o el bueno? ¿Vale la pena perder la vida por un ideal? ¿Hay que quitar la vida al otro por un ideal? ¿Qué va a hacer la madre de Bassil con el cuarto vacío? Pude ser yo. Pudo ser uno de mis alumnos, de mis amigos, de mis vecinos hermanos del alma, de mis conocidos. Pudo ser cualquier venezolano. No pudo ser;  lo fue.


Los eruditos apelan a la crítica diciendo que los muertos son una consecuencia tan inevitable como indispensable en las rebeliones. Los pesimistas dicen que es inútil. Los apasionados y marchantes se envalentonan y toman al muerto de mártir. Los cobardes hacen bulla en las redes sociales. Todo esto pasa y Bassil no respira. Murió. Cuando le entró la bala supo que le habían dado. Quizá escuchó a sus amigos rodearlo, palmearle el hombro. «Se mojaba los labios, estaba vivo», declaró uno de sus camilleros improvisados. Quizá le sorprendieron los gritos, y murió. Quizá no tuvo tiempo de arrepentirse por abandonar su casa. Suena dramático, lo sé. Pero hoy, en un arranque de sensibilidad, de humanismo, de fraternidad, de frustración, encuentro inverosímil que un chamo muera como un perro en una acera por salir a pelear por lo que él creía que era una Venezuela mejor. Digo «un chamo» y me doy cuenta de que nada es más venezolano que esa palabra. Nada se ha hecho más venezolano que una muerte por política. Nada se ha hecho más venezolano que un caucho quemado. Nada se ha hecho más venezolano que una madre soltera. Nada se ha hecho más venezolano que una madre sin hijo (porque una madre sin hijo sigue siendo madre). Nada se ha hecho más venezolano que un guardia nacional disparando a un estudiante. Nada se ha hecho más venezolano que un estudiante provocando a un guardia. Nada se ha hecho más venezolano que una quincena que no alcanza. Nada se ha hecho más venezolano que un docente que trabaja ocho años de su vida y se encuentra a años luz de la estabilidad que quiere. Nada se ha hecho más venezolano que el cadáver de un hombre o de una mujer tirado en la acera en una marcha, en un paseo, en una calle, en una tarde, en una madrugada, en una desgracia. Nada se ha hecho más venezolano que los medios de comunicación envenenando los polos políticos. Nada se ha hecho más venezolano que los medios de comunicación haciendo oídos sordos a los gritos de auxilio y a los gritos de guerra. Nada se ha hecho más venezolano que las guerras comunicacionales de las redes sociales. Nada se ha hecho más venezolano que el miedo en PDVSA y la valentía en POLAR. Nada se ha hecho más venezolano que la confusión.


Detesto no saber qué es lo bueno y lo malo. Hoy culpo al Chávez del 92, por traer a este siglo la revolución que sirvió de excusa para que unos cuantos afortunados se atornillaran en el poder e hicieran del robo una costumbre. Culpo a la oposición por su falta de diligencia, por su incapacidad, y por ser tan pésimos dirigentes que terminan siendo desplazados por los (¿pobres?) estudiantes como figura política. Detesto a Samuel Colt por popularizar las pistolas, a los militares y policías que maltrataron y llenaron de frustración a los soldados, policías y guardias que dispararon hoy. Detesto a los de la cuarta por hacerlo mal y darle la excusa a la quinta. Ya no sé a quien detestar. Sólo se que Bassil, un inocente como quien lee estas líneas, dejó de existir por culpa de algo que tiene que ver con política. Sólo sé que ciertas causas arrastran consecuencias innecesarias. Sólo se que la vida es esclava del dinero y no viceversa. Sólo se que el culpable fía y muere mientras el inocente paga. Venezolanos mueren mientras escribo y el gobierno no hace nada, pero la oposición tampoco. Hoy más que nunca sólo sé que no se nada. Bassil murió y es un héroe. Qué desgracia. Sólo los miopes toman la muerte como bandera.


Sólo me resta una pregunta ¿Hasta cuando héroes? Basta de héroes, de mártires, de muertos, sea la culpa de quien sea. Por favor. 

Ya hoy es 14 de febrero, sino 28. Aparte de Bassil, Oscar Redman (otro joven estudiante quien llevó al difunto en sus brazos y twiteó acerca de ello) murió esa misma noche a manos de un motorizado cerca de su casa. Del otro lado del día y de la ciudad, el popular Juancho Montoya, líder de un colectivo oficialista, también perdió la vida presuntamente víctima de un opositor anónimo y envenenado. La política les cegó no sólo la razón, sino también los ojos. Con muertes así, la vida es tan frágil que se rompe antes de que los cuerpos toquen el suelo. Como vivos ya no son gente, como muertos son insignias y noticia. Pero qué desastre, yo estoy seguro que el señor Alejandro, el papá de Bassil, no quería un héroe; quería a su hijo.

Cierro esta entrada de blog y la cuenta pasa los diez muertos. Al país se le desborda la basura por dentro y por fuera de sus habitantes. Ya he trancado y destancado calles, según lo indique mi criterio. Escribir sobre todo lo que ocurre sería imposible; pues el ritmo de los acontecimientos que llevan supera mi capacidad de producción. Suceden tantas cosas que lo que ya ocurrió (Mónica Spears, Franklin Brito, la Miss turismo, los gochos, y un largo etcétera) sale del escritorio de la atención y se engaveta en el recuerdo. Cierro, inevitablemente, con una ironía similar a la de los cuentos de Pocaterra; la noche del 14 y la mañana del 15, bajo el cuidado de un patólogo y acordonado por el llanto de los familiares y seres queridos, amanecieron bajo el mismo techo en la morgue de bello monte los cuerpos de Juancho, Redman, y Bassil, juntos, separados, e inmóviles.

Espero que el resto de los venezolanos no tengamos que morir para descansar tranquilos bajo el mismo techo, a pesar de las diferencias.

@filtrosofia